“De entre todos los pueblos que el Mullah Nasrudín visitó en sus viajes, había uno que era especialmente famoso porque a sus habitantes se les daban muy bien los números. Nasrudín encontró alojamiento en la casa de un granjero. A la mañana, se dio cuenta de que el pueblo no tenía pozo. Cada mañana, alguien de cada familia del pueblo
Categoría: Cuentos sufis Página 1 de 2

“Cierto día, un campesino fue a visitar a Nasrudín, atraído por la gran fama de éste y deseoso de ver de cerca al hombre más ilustre del país. Le llevó como regalo un magnífico pato. El Mula, muy honrado, invitó al hombre a cenar y pernoctar en su casa. Comieron una exquisista sopa preparada con el pato.
A la mañana siguiente, el campesino regresó a su campiña, feliz de haber pasado algunas horas con un personaje tan importante

Había una vez un cerrajero al que acusaron injustamente de unos delitos y lo condenaron a vivir en una prisión oscura y profunda. Cuando llevaba allí algún tiempo, su mujer, que lo quería muchísimo, se presentó al rey y le suplicó que le permitiera por lo menos llevarle una alfombra a su marido para que pudiera cumplir con sus postraciones cada día. El rey consideró justa esa petición y dio permiso a la mujer para llevarle una alfombra para la oración. El prisionero agradeció la alfombra a su mujer y cada día hacia fielmente sus postraciones sobre ella.
Pasado un tiempo, el hombre escapó de la prisión y cuando le preguntaban cómo lo había conseguido, él explicaba que después de años de hacer sus postraciones y de orar para salir de la prisión, comenzó a ver lo que tenía justo

Nasrudín estaba sin trabajo y preguntó a algunos amigos a qué profesión podía dedicarse. Ellos le dijeron:
- A ver Nasrudín… Tú eres un hombre muy capaz y sabes mucho sobre las propiedades medicinales de las hierbas. Podrías abrir una farmacia.
Nasrudín volvió a su casa, le estuvo dando vueltas a la cuestión durante unos días, y finalmente se dijo:

“Narusdín acababa de llegar a un pequeño pueblo de Medio Oriente. Era la primera vez que estaba en ese lugar, y sin embargo, apenas se apeó de su mula, una pequeña comitiva de habitantes les informó que en el auditorio mayor del pueblo se había reunido una multitud que, enterada de su presencia, lo esperaba para que les dirigiera unas pocas palabras. Nasrudín no pudo evitar ser conducido ante la gente que lo ovacionó tan solo al verlo acercarse. Nuestro héroe, que realmente no sabía que podía decirles, se propuso terminar lo más rápidamente posible. El “disertante” se plantó ante la gente que aplaudí y, después de una breve pausa, abriendo sus brazos, se dirigió a todos:
- Supongo…., empezó con gran ampulosidad. – que ya sabéis que és lo que he venido a deciros….