«Había una vez, en un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba mucho sentirse poderoso. Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, él necesitaba, además, que todos lo admiraran por ser poderoso. Así como a la madrastra de Blanca Nieves no le alcanzaba con verse bella, también él necesitaba mirarse en un espejo que le dijera lo poderosos que era. Él no tenía espejos mágicos, pero tenía un montón de cortesanos y sirvientes a su alrededor a quienes preguntarle si él era el más poderoso del reino.
Invariablemente todos le decían lo mismo: -Alteza, eres muy poderoso, pero tú sabes que